viernes, 18 de septiembre de 2009


Asadito en Portela, Baradero. Preparando el terreno para el fogón. 1992.

Entre el Lago Epulafquen y el Volcán Escorial, Parque Nacional Lanín. El duende del bosque. 1993.

Mochileros rumbo al sur, al Lanín, Neuquén. Kilos de alimentos para un mes alejados de cualquier tipo de civilización y consumo. Martín lleva la pavita. Primeros meses de 1993.

Remontando los barriletes en las barrancas de San Pedro y unos mates... nunca vienen mal... 1992

Parque Nacional Los Alerces, Chubut; primero meses de 1990. Farid viviendo a pleno.

Las Pirquitas, Catamarca. Tomamos un tren hasta Córdoba y después a buscarse la vida. Fue en 1989, Farid tenía 6 meses.

jueves, 17 de septiembre de 2009


Camino del Inca. Inicio en km 88. Año 1999.

Lago Petén en Guatemala, nadie nada en el agua espléndida del lago, sólo Farid y Martín, es que... hay cocodrilos! Año 1997.

Santiago de Cuba. Junto al mojón que señala 969 km desde La Habana, distancia que recorrimos pueblo a pueblo durante algunos meses de 1998.

Comunidad yagua de Sinchicuy en la Amazonia peruana. Primeros meses de 1995. Martín aprende a disparar cerbatana.

Playa El Francés. Lago Futalaufquen. Chubut, Argentina. Primeros meses de 1990. Viaje en tren, La Trochita y luego a dedo.

miércoles, 16 de septiembre de 2009

Vaivén emigración (fragmento)

(Foto: Valle Sagrado de los Incas. Perú. 1995)

Delirio de circo ambulante que acuné en mi infancia pecando con el pensamiento anticonvencional, descalza en la adolescencia con un poema arrugado que invocaba libertad, libertad prohibida, a dedo en la incipiente juventud. Paz y amor libre. Pecando de hecho. Nómade para siempre. Asimilada ancestralmente a parajes donde hay un hueco despejado que me espera. Un escalón agrietado, una puerta desteñida encadenada, un árbol corvo tallado a la medida de mi espalda. Hallar las huellas del alba entre las cortinas, seguir su rastro hasta el ocaso, reconocer los ruidos de la noche, el crujir de las ramas, los vecinos nuevos, su manera de saludar y volver. Volver de vez en cuando para tocar a los nuestros, recuperar sus olores, el sonido de sus voces, adivinarles la edad del alma y partir. Otra vez. Ciudadanos del mundo.

Aún sin nacer mis hijos mamaron la savia volátil indispensable para el vuelo. Aún sin caminar viajaron en mis hombros y escalaron montañas. Aprendieron mi lengua entre vocablos de lenguas indias y adoraron al mestizo. Gatearon entre las ruinas y gozaron de los despegues de aviones verdaderos. Tantos que ya no recuerdan.

La caravana se detiene. La mochila aguarda vacía en el ropero, relaja las costuras firmes que resistieron kilómetros de andadas con cargas obesas, el polvo, las lluvias, las ratoneras de los hoteles baratos. Yo también me detengo. Sigo los pasos de mis hijos. Espero.

San Pedro, Argentina. A pocos meses del regreso de Barcelona. Año 2002.